domingo, 11 de diciembre de 2011

Día 4. Trueque

En un mundo superior puede ser de otra manera, pero aquí abajo, vivir es cambiar y ser perfecto es haber cambiado muchas veces.


Usar y tirar. Esa parece ser una de las normas básicas de la sociedad moderna. Muchos días la bolsa de la basura sale más llena de lo que ha entrado la bolsa de la compra. ¿Por qué esa obsesión por lo novedoso, que a los pocos días será reemplazado por una versión más reciente? Desechamos diariamente montones de objetos y enseres que se encuentran en perfectas condiciones de uso para comprar otros con la misma funcionalidad pero con otra forma, otro color o simplemente porque nos apetece cambiarlos. Todo ello, claro está, siguiendo los sabios consejos de papá kapital para que pueda seguir recuperando el dinero que nos abonó como salario. El cambio no es malo en esencia, está en la misma raíz de la existencia y es el motor del movimiento universal, pero ¿tirar? Apliquemos la vieja máxima de Lavoisier: nada se crea ni se destruye, sólo se transforma (aunque de reciclaje hablaremos otro día). Una fórmula que lleva unos años instalándose en nuestra sociedad de forma paulatina son los mercados de trueque. No se trata, por supuesto, de una novedad, sino, muy al contrario, de un regreso a una fórmula anterior a la implantación de la moneda, tan antigua, pues, como la misma sociedad humana. En la mayoría de ciudades existen mercadillos periódicos para el intercambio de ropa, libros, plantas, instrumentos, herramientas, incluso alimentos, de manera que lo que tú ya no vayas a usar pueda ser aprovechado por alguien a quien le haga falta, y viceversa. Especialmente en estas fechas muchas asociaciones de barrio o de pueblo organizan intercambios de manera puntual. Si en el tuyo no existe aún, ¿porqué no empezar ahora? Sólo hay que elegir una fecha y una ubicación céntrica, la plaza mayor, por ejemplo. Se trata, una vez más, de racionalizar el consumo y convertirlo de nuevo en uso, y no en abuso, de atarse como Ulises al mástil para resistir los cantos de sirena de la publicidad y que la nave de la Navidad os lleve al puerto de la felicidad, no a la ruina.

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